Y los conserjes de noche cuidan los portales aunque nuestra historia ya no se escriba al trasluz de la ventana de aquella habitación desvencijada en el tercer piso de la calle Gaztambide. Nosotros nos fuimos, cambiamos las grietas del techo por el sol de primavera y les dejamos allí, en la misma puerta de siempre, pensando en salir de la garita a estirar las piernas, pero más tarde, cuando acaben el crucigrama del periódico. A los sudokus no lograron acostumbrarse, los números los dejaron para la puerta de cada habitación.Y aquellos conserjes, que nos parecían dormidos cada vez que cruzábamos como fugitivos el rellano, se convirtieron en testigos de un beso en la mejilla, de una despedida con portazo, de tacones en las manos para no hacer ruido al llegar tarde a casa y de nuestra huída aquella noche que al abrazarnos nos crecieron las alas y echamos a volar.
Y fueron los mismos conserjes que cuidaban los portales los que nos guardaron el secreto: conocían cada arrugan en nuestras pieles, pero se quedaron callados cuando llegó la hora de la verdad, dijeron "no me acuerdo, yo solo cuidaba de que la noche no se colara en mi portal", y siguieron con su crucigrama como si nada. Para devolverles el favor, les dedicamos una canción de amor con olor a cine de verano. Y los conserjes esa noche dejaron de cuidar y bailaron con las farolas, tan ligeros como si estuviesen en un sueño.
Para El CuentaCuentos
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A veces tengo miedo de que nos lo hayamos dicho todo. Ahora, por ejemplo, que guardas silencio mientras enroscas mi pelo entre tus dedos, pienso que es posible que se te hayan acabado las palabras, y que no tengas nada más que decir. Que abras los labios y solo te salga un the end en mayúscula y cursiva sobre un fundido a negro, como en una peli antigua. Y que las palabras se vayan alejando y solo se oiga el crepitar de la bobina de celofán girando una y otra vez.A veces, cuando te veo en silencio con los ojos cerrados tengo miedo de tener tantas cosas que decirte que al final se me olviden las palabras y al abrir la boca solo me salga un suspiro, un punto y seguido al final de un renglón en el que las letras se desdibujan, como vistas desde un ojo miope, o con legañas.
A veces tengo miedo de que nos lo hayamos dicho todo y entonces tu voz se abre paso dejando detrás un cosquilleo de cortinas de casa de pueblo y de pies inquietos de niño corriendo por el pasillo. Y entonces me acuerdo de las palabras que te tenía reservadas. Y entonces desenroscas tus dedos de mi pelo. Y hay silencio mientras nos hablamos.
Por eso pensaba que ya no utilizo mucho mis queridos bolis Bic, un instrumento insuperable, muy por encima del Pilot, que tiene una tinta infernal que se corre, hace que se junten las letras y que las palabras sean imposibles de entender, y traspasa tanto el papel que si lo pones boca abajo, se sigue leyendo lo que has escrito, y de cualquier otro continente de tinta.
Pero resulta que el viernes acabé con uno. La barrita que se ve a través del plástico transparente ese se ha quedado totalmente vacía, ni una gotita se ha desperdiciado.
Parece que es una tontería, pero cotilleando por ahí me he enterado de que con un boli Bic se puede escribir más de un kilómetro y medio antes de que se gaste!! Con esa barra de tinta taaaaan pequeña!!!
Vamos, que con menos de dos bolis Bic, me podría hacer el camino Higuera-Romangordo contando, por ejemplo, por qué es mejor Higuera (¿por qué siempre mido las distancias cortas en comparación con la carretera Higuera-Romangordo? Esta es una de esas cosas que debería mirarme...)
Y pensar que los dos kilómetros que he escrito con ese Bic eran, en su inmensa mayoría, apuntes en sucio sobre hojas ya impresas por el otro lado que han terminado en la caja de reciclar... cuantos metros desperdiciados, ains...
Una de las múltiples cosas buenas que tiene ser periodista es que haces cosas que solo hace la gente con pasta, pero de gratis. Como desayunar en el Westin Palace o en el Ritz.Depende dónde trabajes (y, sobre todo, cuántos redactores haya allí) visitas más a menudo los sitios vip. Como en mi curro somos pocos, también salimos poco, así que cuando a mí me toca, lo disfruto más.
Y más que el café, el zumo de naranja recién exprimido, los bollos, los sandwiches y esos señores que hay en la puerta de los hoteles de lujo con la única función de darte los buenos días, a mí me gustan los baños, que son del tamaño de mi casa, y con más espejos. Siempre me impresiona.
Y siempre entro, aunque solo sea a dar una vuelta por allí. Y hoy el día podría haber sido perfecto en ese aspecto de no ser porque....
quién no estará: ni mamá, ni papá, ni ninguna cara conocida. Dicen que es mejor así, que es lo mejor para ella. Por eso Luna no ha llorado ni siquiera un poco, y tampoco miró atrás antes de subirse al avión. No tiene miedo a las alturas, porque desde siempre ha vivido más allá de la atmósfera, con sus ojos redondos de cráter y su sonrisa imperceptible. Pero a pesar de todo el avión aterriza y Luna cae con sus zapatitos redondos en un punto indefinido de un suelo aún no explorado. Por suerte, el viento ya conocía sus ganas de salir por los aires: lo primero en volar sin control fue el pelo negro de Luna.Experimento de El CuentaCuentos
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Cuando no supo que decir, comenzó a reutilizar las palabras. Las fue cogiendo de aquí y de allá, las más bonitas, las que mejor sonaban. Eligió almohada, estornudo, ombligo, celosía. Esdrújula, libélula, cuello, sol y sal, y algunas otras. Y en lugar de escribir con ellas un poema, se dedicó a cantarlas por los rincones y a susurrármelas al oído cuando surgía la ocasión.Decidió reciclar el alfabeto salvando cada una de las letras, y las iba colocando suavemente por mi cuerpo: libertad en los dedos, lágrimas en la rodilla, equilibrio en la clavícula y amor en los labios. Y el poder en la planta del pie izquierdo, cuanto más lejos mejor. Y el calor en sus ojos. Y el placer en su pecho.
Aprendimos un reciclaje no publicitado en las calles, pero más efectivo, y lo hicimos nuestro. Y mezclamos las palabras hasta convertir en harina la arena y en coral el color. Y al final no quedaron en el mundo trabalenguas.
Veo el ojo que me mira, no sé qué esperáis de mí. Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí... Soy un pez en una jaula, lo que quiero y lo que no, soy todo lo que me pasa... Tú me ves, yo no... (Fito&Fitipaldis)
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