Orange Green Pink

El ojo que te mira

Café (El destino se burla de ti)


-Yo sólo quería un café y ¿ahora resulta que su destino está en mis manos? ¡Vamos! A mí no me líe, ¡yo no tengo nada que ver en todo esto! Ahora mismo me voy de aquí y juraré no haberla visto nunca...

Pero su cuerpo, más bien obeso, tapaba la puerta por completo. En un movimiento demasiado ágil para un momento tan tenso bajó el cierre metálico hasta el suelo, echó el candado y se metió la llave en el bolsillo del mandil. Matías sudaba. Se había puesto la gabardina y se aferraba a su maletín como un náufrago a punto de hundirse en medio del océano. La cara de la camarera, del mismo rojo vivo que los taburetes del bar, rogaba un poco de comprensión.

-Vamos, señora... Yo no puedo hacer nada por usted. Mire, ni siquiera soy cliente habitual, nunca entro en estos sitios, ha sido pura casualidad, una equivocación, ya le digo que solo quería un café. De haber sabido que esto era un local... bueno, un local de esos, ya me entiende, de señoritas así como usted, en fin, como decirlo... un lupanar, no se ofenda, sí, llamémoslo así... el caso es que yo nunca hubiera entrado. Así que, abra, haga el favor, yo no puedo hacer nada con su destino.

Tenía cincuenta y cuatro años y un currículum intachable, treinta años y medio de contable en Hermida y Asociados, pero la crisis es la crisis. El despido llegó a las 11:32 de la mañana, justo cuando acaba de cuadrar el último balance. Salió del edificio a las 11:47 y entró en aquel bar, el primero que vio, para digerir la noticia con un café. No se había tomado el descanso para el café ni un solo día desde que entró en Hermida y Asociados. Ni siquiera tomaba el café desabrido de la máquina, pero aquel día le había parecido una buena idea. Y la camarera de cara roja -y es algo que no se debe pasar por alto, ya que el resto de su piel era negro, del mismo tono que aquel café manchado que tenía pensado pedir- le decía una y otra vez que tenía su destino para hacer con él lo que quisiera.

El Jefe -ella lo llamaba así, y en su voz se veía perfectamente la jota mayúscula- seguía allí, en la misma postura que cuando llegó. Al principio no se había fiado, pero ahora estaba seguro de que estaba muerto. Tumbado bocabajo, en un charco de ginebra, seguramente bebía demasiado y el hígado no pudo más. O tal vez no había nada de natural en su muerte, pero a Matías no se le daba bien hacer averiguaciones sociales. Pensó que aquel pelo untado de gomina desde la raíz no podía dejar pensar bien a la hora de hacer la contabilidad del local. Él estaba casi calvo y, fíjate, su trabajo siempre había sido impecable.

-Él no vuelve, pero los clientes sí, y también las chicas. Si no hay nadie, me matarán. Alguien me matará tarde o temprano. Mi destino está en tus manos, cariño, no te puedo dejar ir.

La chica no tenía acento de ningún lugar en el mundo, como si fuera un espejismo de la vida, o un error de quien la puso ahí. Aunque lo de cariño lo dijo con un tono suave y desgastado, vacío de tanto usarlo. Tenía marcas de cicatrices en las mejillas y la suerte de ser lo suficientemente poco atractiva como para tener que quedarse detrás de la barra y sin necesidad de subir a las habitaciones o de dejarse invitar a wishky de garrafón.

Matías no sabía que decir. No quería quedarse, no podía irse, y pasaron dos noches antes de que alguien aporrease la puerta del bar. La camarera seguía teniendo la cara colorada. El Jefe ya no estaba allí tirado. Matías seguía sudando y recordaba su pelo engominado y se acariciaba la calva. Le daba vueltas a aquello de tener un destino ajeno en manos propias, y se puso a hacer cuentas, que era lo que mejor se le daba.

Tenía cincuenta y cuatro años, la crisis es la crisis, se le había olvidado el camino a casa, en aquel bar no servían café. Mezcló las variables y llegó a la conclusión de que la cola del paro podía durar unos cuantos años. Al mirar a la camarera a los ojos descubrió que, a once años de la jubilación, era seguro que nadie querría un contable de currículum intachable. Saboreó el destino ajeno que le habían dado por error cuando pidió un café.

Siguió aferrado al maletín cuando le quitó la llave del bolsillo del mandil. Luego abrió el candado y subió el cierre. Eran tres, muy jóvenes, con mucha gomina. Preguntaban por el Jefe (a Matías le pareció que ellos decían en mayúsculas todas las letras).

-Sus destinos están en mis manos, caballeros. Les recomiendo no preguntar más por el jefe. Desde hoy preguntarán por el Señor Contable, yo mismo. ¿Está claro?

Y le puso mayúsculas a su nuevo nombre, y se la quitó a la de aquel jefe empapado en alcohol. No hubo más preguntas. El despacho estaba en la trastienda y olía a una mezcla entre tabaco azucarado y una burla del destino. El Señor Contable nunca había fumado, pero decidió hacer una excepción: con el café le había funcionado. Llamó a la camarera y, como lo de las excepciones le estaba empezando a gustar, se atrevió a dar el primer consejo de su vida:

-No dejes que el destino se burle de ti.

Cuando sonreía, la chica se ponía aún más roja, y casi no se le veían las marcas de la cara.



Para El CuentaCuentos
6 miradas | Lo ha visto Virginia Vadillo

Etiquetas: CuentaCuentos, Cuentos edit post

6 miradas

  1. Gabriel B. on 8 de abril de 2009, 12:32

    Hola Virginia, muy curiosa historia, me ha gustado mucho. Debo confesarte, eso sí, que por momentos se me ha hecho un poquito confusa, pero debe ser más una falta de este lector que del texto; así que no lo tomes en cuenta.

    Saludos.

     
  2. Virginia Vadillo on 8 de abril de 2009, 16:54

    Supongo que es confuso porque es un poco largo... creo que se me dan mejor las cosas cortas, aunque no tan cortas como a ti! ;)
    Besos!

     
  3. Pugliesino on 11 de abril de 2009, 14:34

    ¿Quién dijo crisis cuando el destino aún no está establecido?
    Muy buena la idea con la que afrontas la frase y ese tiempo que transcurre por la mente del contable, segundos? días? que cambian su vida.
    Enhorabuena!

     
  4. Virginia Vadillo on 13 de abril de 2009, 12:51

    Gracias Carlos! Es que el destino es cambiante, es lo que tiene...
    Hay una frase de una canción de Fito que me encanta para esto, te la "presto", jeje:
    Tu destino, dices, ya está escrito, el mío tengo que escribirlo yo
    Un beso!

     
  5. María on 16 de abril de 2009, 10:24

    Vir! Se me habia escapado esta!

    Me encanta la atmosfera, y los pensamientos del Contable (que no contable). Me imagino perfectamente el bar y los personajes.

    ;-) aunque no todos los Hermida son malvados despedidores de contables... (y muy pocos han sido ricos empresarios :-p).

    Me gusta que sea larga. Para cuando la novela?

    Besos!!

     
  6. Virginia Vadillo on 27 de abril de 2009, 13:42

    Mery! no había visto este comentario!! jaja, y no había caído en lo de los Hermida, jajaja, me salió solo ese apellido, no me preguntes por qué! Pero investiga, eh, que nunca se sabe :P
    Novela?!?!?!?! jajaja, imposible!! no creo que pudiera escribir tantas páginas seguidas... ni que nadie tuviera la suficiente paciencia para leerlas!! XDDDD

     


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Veo el ojo que me mira, no sé qué esperáis de mí. Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí... Soy un pez en una jaula, lo que quiero y lo que no, soy todo lo que me pasa... Tú me ves, yo no... (Fito&Fitipaldis)

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