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El ojo que te mira

La puerta


La puerta era tan antigua que probablemente ya estaba allí cuando llegaron los primeros pobladores, y debieron de construir la mansión en torno a ella. Eso explicaría, por ejemplo, el eterno olor a madera mojada dentro y fuera de la casa. Explicaría también por qué al atravesarla el mundo daba un giro de 180 grados y nos dejaba colgando boca abajo, como pendiendo de un hilo transparente, con una suave sensación de balanceo.

La tarde que nos aventuramos a abrir la puerta para mirar al otro lado fue exactamente eso lo que ocurrió: nos quedamos suspendidos en el aire, y luego la misma puerta nos obligó a pasar y se cerró con un portazo extraño, suave y contundente, que dejaba claro que no había marcha atrás, pero que tampoco había peligro.

Nos miramos: no había muchas más alternativas. Apenas recordaba tu nombre, pero me pareció que lo sabía todo de ti, y me asusté por tu mirada, que demostraba que conocía paso a paso los laberintos de mi mente. Aspiramos aquel olor a madera mojada una vez más, y comenzamos a deslizarnos por las habitaciones.

Supuse que andar sobre el agua debía dar la misma sensación, a la vez inestable y firme, ondulante y lisa. Te reíste, y tu risa sonó como metales chocando entre sí. Seguramente cruzar la puerta era como traspasar un sueño, nos pusimos serios, nos sentimos profundos cuando nos dimos cuenta.

Mientras recorría las baldosas amarillas con las yemas de los dedos te perdí de vista. Y sin embargo podía oler las caricias que ibas dejando en el viento a tu paso y las huellas con que pintabas tu camino. Nos sentíamos tan cerca que en mi pecho se había quedado pegado el calor de tus abrazos.

Creo que volvimos a encontrarnos en aquella flor de metal que adornaba la puerta, ya fuera de la mansión. Estaba a punto de amanecer, pero decidimos prolongar el sueño. El olor a madera mojada se nos quedó dentro, nítido como un recuerdo. Como una foto, pero con la cámara puesta al revés, por respetar aquel giro de 180 grados. Es posible que volviéramos a atravesar el mismo umbral, pero aquella vez ya íbamos cogidos de la mano.

foto: un detalle de la puerta
de la iglesia de Higuera

6 miradas | Lo ha visto Virginia Vadillo

Etiquetas: Cuentos edit post

6 miradas

  1. Nahus on 3 de junio de 2009, 1:26

    No sé cómo lo haces, pero cuando escribes cosas así se me ponen los pelos de punta y me da mucha (y sana) envidia, ojalá consiguiera yo que quien me lee se sintiera transportado dentro de mi poesía como tú consigues transportarme dentro de tus relatos. En fin, lo dicho, que es muy sugerente y muy hermoso. Un saludete desde tierras mañas.

     
  2. niña_dulce on 3 de junio de 2009, 17:04

    No se ni cuando, ni como he llegado a tu blog, pero se que volveré...porque me ha gustado lo que he leido, me gusta lo que escribes.

     
  3. Reithor on 4 de junio de 2009, 5:20

    Nada más misterioso que una puerta cerrada (que le pregunten a la esposa de Barbazul), ésta escondía el mejor camino a caminar.

    Un saludo :)

     
  4. Virginia Vadillo on 4 de junio de 2009, 14:18

    Nahus, muchas gracias, me alegro de que te haya gustado tanto! Este cuentecillo me salió solo a partir de la foto, que me gusta mucho. No sé quién la hizo... estaba en la carpeta de imágenes de mi hermana =)

    Niña dulce, es un placer verte por este ojo!! Espero seguir encontrándote por aquí!

    Reithor, sip, las puertas siempre son un misterio... la gracia está en desvelar ese misterio y atreverse a abrir! ;)

    Besos a los tres, gracias por los comentarios!

     
  5. Unknown on 6 de junio de 2009, 22:26

    Qué no tendrá tu hermana!!
    Muy chuli el cuento, si lo sé te enseño antes la foto!!
    Sa.

     
  6. Virginia Vadillo on 8 de junio de 2009, 11:21

    Ya ves, Sarita!! Hay que estar más rápida con estas cosas, hombre! jejeje

     


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Veo el ojo que me mira, no sé qué esperáis de mí. Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí... Soy un pez en una jaula, lo que quiero y lo que no, soy todo lo que me pasa... Tú me ves, yo no... (Fito&Fitipaldis)

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