Orange Green Pink

El ojo que te mira

La luna de la Giralda


La luna, al descansar majestuosa aquella noche sobre la Giralda, sintió que le faltaba algo. Hacía tiempo que nadie lograba ver su cara: sin darse cuenta, había cerrado los ojos, profundos y negros como cráteres, y había dejado de sonreír. Abajo las procesiones continuaban al mismo ritmo que quinientos años atrás, aunque con más locura, y con más ruido, y con más gente.

La luna llevaba algunos siglos sin reírse, porque Sevilla se había vuelto más oscura con el tiempo: señoritos de cortijo sin caballos, sevillanas de academia, carros sin gitanas y un palco de honor para ver pasar a la Macarena. Entonces oyó el estruendo.

Estaban abajo, entre el gentío, pero como en otro mundo. Mitad humanas, mitad estrellas, las figuras corrían de arriba a abajo entre alborotos, dejando una estela a su paso.

La ciudad ardía en cirios. Pero la luz de sus siluetas se veía por encima de los pasos, más alta que los picos afilados de los capuchinos. La luna abrió más los oídos, porque no creía lo que ocurría allí abajo, entre la solemnidad. Las ruedas de un carro crujieron como si no se hubiera usado en años, y era verdad: los que se habían subido en él en los últimos tiempos no tenían nada que ver con la cola de risas que lo ocupaba ahora.

Luego empezaron a florecer azahares en el parque de María Luisa y la luz, como si fuera pleno día, dibujó siluetas en los azulejos de la Plaza de España. Sonaron palmas sobre el puente de Triana en el instante en que la luna comenzó a sentir que volvía a recuperar una parte de su cara.

Salió el duende. Y el color especial. Las siluetas de estrella se deslizaban de Santa Cruz a San Telmo como torbellinos inofensivos de agua mezclada con coral. Tal y como había esperado, la luna les vio colarse en la catedral por el patio de los naranjos y comprobó que la Giralda también sentía cosquillas cuando apoyaban sus pies en la rampa pulida a fuerza de pasos y de años.

Nunca llegó a saber si al final habían robado el tesoro, o habían estropeado un cuadro de Murillo, o simplemente se habían apoyado con demasiado ímpetu sobre alguna de las vitrinas de cristal blindado y sensor de movimientos ultraligero. Pero aquella noche que sonaron las alarmas de la catedral, la luna volvió a reírse sobre la Giralda.

Esta historia ya la había contado antes... ¡perdonad!
Foto: la luna de la Giralda, Sevilla, marzo 2008

6 miradas | Lo ha visto Virginia Vadillo

Etiquetas: Cuentos edit post

6 miradas

  1. David Martín on 10 de septiembre de 2008, 18:16

    Este relato viene con retraso o ya estaba contado o es que me suena la historia del viaje aquel o es que qué.

    CORRECTO.

    Visto bueno para su publicación. Mariano, súbelo al ojete en cuanto leas estas líneas.

     
  2. Anónimo on 11 de septiembre de 2008, 11:58

    Que buenoooooo!!!!. Tremendo!!!!. Y mas sabiendo de donde viene la inspiracion de esto xDDD.

    No me esperaba el final para nada!!! xDDDD.

    Me parece que no solo se partió la luna... xDDDD.

     
  3. María on 11 de septiembre de 2008, 12:09

    Al final tuve cuento zevillano!! :-)

     
  4. Virginia Vadillo on 11 de septiembre de 2008, 19:27

    David, ya lo advertí abajo, la historia estaba contada! XDDD
    Um... esto... al ojete las cosas las subo yo, no el Mariano ese.. XDDD

    Shura XDDD seguro que no solo se partió la luna... pero que también hubo preocupación, eh!! XDD

    Mery, sip, más bien tarde, pero al final hubo cuento zevillano ;)

    Muchos besitos a los tres!

     
  5. Sarg Bjornson on 11 de septiembre de 2008, 19:37

    Te ha quedado preciosa la historia!

     
  6. Virginia Vadillo on 12 de septiembre de 2008, 17:38

    Sarg, gracias!! =)

     


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Veo el ojo que me mira, no sé qué esperáis de mí. Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí... Soy un pez en una jaula, lo que quiero y lo que no, soy todo lo que me pasa... Tú me ves, yo no... (Fito&Fitipaldis)

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