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El ojo que te mira

El genio de la lámpara


De sopetón, se encontró con el genio de la lámpara. Llevaba años, quizás toda la vida, esperando aquel momento. Había pasado horas y horas amasando los tres deseos que pediría cuando se topase con él, y los deseos habían ido cambiando, pero siempre había tres, los tres más importantes, esperando tranquilamente por si acaso aparecía. Y resulta que, en aquel preciso instante y en ningún otro, se encontró con él cara a cara.

El genio esperaba a que pidiese y tenía una sonrisa como de burla. Durante un segundo sintió miedo, por si le estaban tendiendo una trampa. La sonrisa del genio le asustaba. Pero al final, se decidió a rescatar sus tres deseos. Poder formularlos era algo que siempre había deseado.

Recordó las normas: nada de pedir más deseos. Cuando no tienes ninguno, piensas que te conformarías con tres, pero cuando tienes esos tres ante ti, se te ocurren un cuarto y un quinto. Pasa siempre, siempre queremos más. Luego, hay que tener mucho cuidado con cómo se pide lo que se pide. El más mínimo fallo hace que el genio te de algo que realmente no querías. Hay que ser minucioso en la descripción y no dejar ningún cabo suelto.

El genio, pese a tener toda la eternidad por delante, parecía impacientarse. Su sombra sobre él era cada vez más grande, y le dificultaba pensar. Cerró los ojos y trató de recordar cuáles eran los tres últimos deseos que tenía en mente. Lo primero que se le vino a la cabeza fue el pelo negro y brillante de Aída. Pensó que lo que realmente desearía era tenerla a su lado. Pero esa era otra de las normas. No podía pedir amor.

Así que se concentró en las cosas materiales. Se acordó de su deseo de dar la vuelta al mundo y estuvo a punto de pedirlo, pero se quedó callado, mirando el turbante del genio. Pensó que dar la vuelta al mundo sin compañía no tiene sentido. Pensó en quien se reiría cuando él se probase un turbante como el del genio, o quién le ayudaría a explicarse en inglés, o con quién compartiría una comida exótica, un baño durante la noche en las playas del Caribe, un baile en el África oriental.

Cambió de idea, y decidió pedir sabiduría, pero lo desechó enseguida: no quería pasar el resto de su vida sin tener nada que aprender. La inmortalidad estaba desechada desde el principio, no quería ver pasar a sus hijos, y a sus amigos, y a los hijos de sus hijos, y a los hijos de sus amigos, y seguir allí. Y mucho menos quería poder: el poder siempre va atado a la responsabilidad y, además, es corrosivo.

Volvió a las cosas materiales, pero enseguida descartó también pedir una gran mansión o un gran coche o un gran yate: cualquiera comprendía que aquello, en unos años, habría perdido la mayor parte de su valor. Decidió pedir dinero cuando vio su reflejo en el aro de oro del genio. Con el dinero podía comprar cualquier cosa. Se inquietó al ver que con un deseo sería suficiente, y notó un ligero sudor al comprobar que iba a desperdiciar los otros dos. Nunca pensó que le sobrasen deseos. Comenzó a desesperarse buscando deseos inteligentes, importantes, duraderos… realmente deseados.

Sintió que se le acababa el tiempo, que iba a desperdiciar sus tres oportunidades, que se le escapaba el día soñado ahora que lo tenía delante. Deseó no estar atormentado por la idea de quedarse sin deseos. Deseó tener más tiempo antes de encontrarse con el genio para meditar con calma lo que iba a pedir. Deseó tener una necesidad acuciante para poder desear acabar con ella. Deseó no haberse encontrado con el genio... y formuló, sin querer, el deseo en voz alta:

-¡Ojalá no me hubiera encontrado ahora con el maldito genio!

Como había llegado, de sopetón, el genio de la lámpara comenzó a esfumarse ante su mirada atónita. La sonrisa burlona del genio se había convertido en carcajada: desde que lo encerraron en su lámpara, se había topado ya con tantos que, como él, acababan por desear no haberlo encontrado...

Parpadeó y se encontró solo en una esquina de la plaza, con una nebulosa extraña en la cabeza y una idea confusa de la silueta de un genio. Pero se sacudió aquellas formas de la cabeza cuando vio acercarse a lo lejos el pelo negro y brillante de Aída.

la foto es de las fallas de 2007

3 miradas | Lo ha visto Virginia Vadillo

Etiquetas: Cuentos edit post

3 miradas

  1. Sarg Bjornson on 25 de abril de 2008, 0:34

    tl;dr

    Ya en serio, qué bonito el cuentecillo. No sé si es que estoy muy necesitao, pero me imagino a la tal Aída como una tía realmente guapa. Debe ser mi debilidad por el pelo negro...

    ¿No te he contado nunca mi teoría sobre el genio, el gitano y la escoba, no? Uhmm, probablemente no, ya sin ello me llamas "perturbao" así que no me imagino si te lo contase XDD

     
  2. Anónimo on 25 de abril de 2008, 20:08

    He pensado muchas veces en los deseos que pediría... y al final me pasa como al protagonista de tu historia XD

    (Aunque quizá yo sí que sea un poquitín más materialista.... fiu*)

    Y coincido con Sarg, Aída es muy guapa ^^

    ¡Un besazo!

     
  3. Anónimo on 26 de abril de 2008, 12:37

    Sarg, aunque no lo hayas leído :P XDD gracias!! Y claro, Aída es guapísima!! Date cuenta que tiene el genio y solo se le ocurre pensar en su pelo!! es preciosa!! XDD
    Y... ¡¡venga!!¡¡cuéntame la teoría esa!!! (total, lo de que estás perturbao ya lo sé, así que no pierdes nada... xDDD)

    Saphy yo creo que a mí me pasaría lo mismo!! O seguro que pediría alguna cosa absurda! A partir de ahora voy a tener deseos en la recámara, por si acaso! ;)

    Besos a los dos!!

     


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