Preciados abajo, entre bolsas de papel, vendedores de humo e hilo musical de olor peruano, el tiempo parecía esfumarse y se hacía pequeño entre los escaparates. Cuarenta y ocho empujones después, el reloj que en lugar de horas marca años brilló ante sus ojos. Cruzar la plaza es otra odisea, hay que quitarse la bufanda y desabrocharse el abrigo, porque las prisas suman más y más calor a la lejanía del mar.
Luego, sobre la baldosa que señala el kilómetro cero, vuelve a hacer frío otra vez. Será porque es el punto de partida, o tal vez porque todo está un poco más lejos desde allí. La otra opción es la maraña de gente que espera sobre la baldosa de medio metro cuadrado, y que siempre está sola. Quedar en el kilómetro cero es saber que nunca llegará la persona que esperas. Nora también lo sabía, lo había sabido siempre y aún así, cruzó deprisa la calle entre pitidos de coches y aspavientos de agentes de movilidad.
Inmóvil bajo el reloj, con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos pensó una vez más, como primer día que pisó la plaquita de piedra y metal, que Madrid es igual de día y de noche, con más bombillas de noche, con menos turistas de día. Como un hormiguero en el que todos tienen prisa. Y con diferentes temperaturas en las calles, según quien las pise cada vez.
Cuando suenan las campanadas de en punto, espera a las de y cuarto, y cuando suenan las de y cuarto decide esperar hasta las de y media. Pero suenan las de y media, las de menos cuarto y las de en punto otra vez, y de tanto entrar y salir y dar vueltas a la placa, la acera se está desgastando, así que, con cara de circunstancias, camina despacio en dirección a la plaza Mayor.
Sin motivo aparente, tal vez porque la plaza es el extremo opuesto al kilómetro cero, porque allí siempre encuentras a quien buscas. O por lo menos, es seguro que vas a encontrar una mirada, un olor a castañas asadas entre las voces multicolores de los turistas o, por qué no, una caricatura de tu vida envuelta en papel de dibujo de mala calidad. Seguramente por eso Nora caminó aturdida hasta allí.
Como el resto de las calles, la plaza Mayor no tiene la misma temperatura para todos y depende de los pies. Los de Nora la sintieron húmeda y caliente, como el vapor de agua. Y ese vapor lo envolvía todo, y lo hacía borroso a la vista. A veces pasa, en las noches de noviembre como aquella -porque las tardes en invierno duran tan poco que es de noche de repente-, que esa niebla indescriptible absorbe la plaza Mayor. Así que es imposible salir de ella: el rectángulo se convierte en un laberinto inmenso de baldosas resbaladizas, todas idénticas: no hay camino de baldosas amarillas para escapar.
Paseando por mi laberinto de baldosas húmedas -frías para mis pies-, sin contar ya con encontrar alguno de los arcos por los que se sale de la plaza, me encontré con los ojos vidriosos de Nora. Supe enseguida que sus pies estaban calientes, que había esperado sobre el kilómetro cero, que se había desabrochado el abrigo al cruzar la plaza, que había mirado el reloj que cuenta años en lugar de horas. Sin duda, era a ella a quien había estado esperando. Todavía con la niebla a medio disipar y los caminos del laberinto de la plaza confusos, Nora me reconoció también. La temperatura del asfalto se volvió agradable bajo nuestros pies.
Os habeis fijado alguna vez...ke en el mapa del Km.0 la Manga de Murcia esta dibujada al reves?
Qué bonito, pero qué melancólico.
Ostias Julio, nunca me había fijado siquiera que en el kilómetro 0 hay un mapa de España!!! Mucho menos que la Manga esté al revés XDDDD
El reloj que en lugar de horas marca años...
Yo no diria que es melancolico... Es decir, sí, pero al final Nora encuentra con quien contar pasos por Madrid. Como siempre dejas la puerta abierta a la esperanza.
Precioso, Vir. Madrid con sus prisas y su frio, pero con "ese algo especial" que solo Madrid tiene para mi.
(Jjejejje, aunque debo decir que yo siempre he acabado encontrando a alguien allí. Generalmente a alguien cansado de esperarme... junto al mapita desgastado y el dorado ennegrecido por las pisadas del km 0)
Es cierto, al final deja una puerta abierta a la esperanza. Más bien me refería al ambiente general. El cuento me recuerda a los días nublados.
Sí que Madrid tiene algo especial, ¿verdad? Yo me pregunto qué será, exactamente
Ostras, Julio!! Sí que es verdad que el mapa tiene algo raro, nunca me había fijado... que curioso, no? XDD
Sarg, esta vez estoy con Mery (comentarios desde Ginebra!! qué honor!!! ;) ), a mí tampoco me parece melancólico... pero es posible que Madrid tenga siempre un pequeño punto de melancolía. Supongo que es porque casi nadie es de aquí realmente, aunque luego no sepamos ser tampoco de otro sitio.
Para mí, eso es lo más especial que tiene Madrid: yo no soy de aquí, pero... ¿¿de qué otro sitio podría ser?? (en fin, no sé si me explico, pero.. es lo que hay!! XDD)
Besos a los tres!!
Sí, sí, lo has clavado... Para ser de Madrid no hace falta más que pasar aquí unos días. El ser madrileño es algo que no se lleva en la sangre, sino más bien en la cabeza...
Y en los bares, sobre todo en los bares XD