"¡Para!"
Lo gritó cuando las piernas ya le dolían demasiado, y lo gritó tan convencida que se paró todo: la ciudad con sus luces, la noche con sus ruidos, las calles con su frío. Y sus ojos afilados, de piedra preciosa y de hielo. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Obvió que aquella cara rosada no era la suya. Ni aquel pelo. Ni aquel cuerpo. Obvió que tenía delante una mujer y no sus manos. Se quedó con gesto triste y preguntó en silencio a unos ojos que se iban, a unos ojos que no podían seguir esperando, a unos ojos que nunca olvidaría, a unos ojos que no podía confundir. A aquellos ojos transparentes. A aquellos ojos que, seguro, eran los suyos. Por mucho que se empeñara en cerrarlos.
...no hay paisajes de salitre donde no estés tú
con un cuerpo transparente
y una mirada que quema...
Chaouen
Quiero pensar que aquellos ojos también la reconocieron a ella, pero que después de tanto tiempo y con tantos cambios alrededor era más fácil -y más cobarde- no acordarse.
...y estoy convencida de que esos ojos verdes dejaron caer una lágrima...
...y que volverán a buscar la mirada que los acababa de encontrar ^.^
Un besazo!
Este cuento me ha recordado a una frase chulesca de un escritor que no te gusta: "con toda la luz del mundo en sus malditos ojos verdes".
Por lo demás, me parece una historia muy triste, la verdad, aunque tan chula como acostumbras ;). Pero igual tiene razón saphy y al final, aunque no lo sepamos nunca, no acaba la cosa tan mal para ese par de mujeres, o de mujer y hombre.
Saphy, yo también pienso en lágrimas al final de este cuentecillo, aunque no sé en cuál de todos los ojos... pero creo que por eso son ojos transparentes, y de cristal, y de hielo...
David, sip, es verdad, ha salido bastante triste este cuento... aunque encontrarte unos ojos que no confundirías jamás es de por sí importante... importante, aunque sea triste al final, creo yo...
besos a los dos!!
La encontró una fría tarde de invierno, cuando las hojas secas y tristes suspiraban por la siguiente primavera.
Fue pura casualidad: él había quedado con su prima, pero ésta, al sentir que iba a ser presa fácil dadas las circunstancias, (su chico la había abandonado hace poco), decidió que gran parte de su familia la acompañara esa tarde.
Así mientras,(llamémosle Frank), mientras Frank se ponía guapo para la cita, no podía imaginar que el destino, la tragicomedia de la vida comenzaba a sonreirle.
Eran las ocho de la tarde, frío que en su humedad calaba hasta los huesos cuando se levantaba un poco de aire. Miró a izquierda y a derecha: nada. El reloj corría más deprisa que su corazón... o tal vez no tanto. 10 minutos, luego 20,
¿se habría olvidado de él?.
Cuando por enésima vez, giró su cuerpo para esperar encontrarse con su rostro, no vió uno sino tres que le miraban fíjamente. Loraine, llamémosla Loraine, venía acompañada por dos chicas más. A una ya la conocía: Era su prima pequeña, Laura. A la otra chica, (una mujer en toda regla), no la reconoció.
Por espacio de unos segundos, tan interminables como tontos, Frank se quedó sin palabras, mudo, quieto como una estatua de cera.
Ante las risas de Loraine, y tras las presentaciones,Frank no pudo sino observar furtivamente y por el rabillo del ojo a la recién llegada. Era menuda y pequeña, pero bien proporcionada; su tez morena y sus ojos marrones relucían con la percetible belleza de la inteligencia. Su sonrisa, franca y sincera, podía llenar de esperanza el corazón más afligido y su mirada, entre inquisitiva y diáfana, decía tantas cosas que Frank se sentía turbado, embelesado. No podía sospechar siquiera que aquella mujer, llamémosla Rocío, se iba a convertir en la mujer de su vida, en la mujer de todas las vidas que le hubiese tocado vivir.
Muy bonita tu historia, anónimo. La verdad es que las mejores historias son las que ocurren por casualidad.
Gracias por pasarte por aquí y comentar!!
Hay miradas que dejan huella y en las cuales el tiempo no representa ningún papel.
Sería bonito cruzarte con una de esas miradas...