Pues sí, el ojo se cierra, se va a dormir un rato.

Ha llegado el momento de mis (muy merecidas) vacaciones, así que, me voy. Lejos de Madrid y más lejos aún de los ordenadores, que ya toca desconectar un poco.

No voy a tener la posibilidad de conectarme a internet, y si por un casual tengo cerca un ordenador -que lo dudo- y lo enciendo -que lo dudo aún más-, será solo para cargar el iPod o para comprar billetes (solo de ida, porrrr favoooooooor!!! XDDD)

Solo va a ser un mesecillo, vuelvo al currele el 17 de agosto -ains, tantos días de trabajo para tan pocos de vacaciones, qué mal hecho está el sistema laboral!! XDD-.

Entre tanto, voy a ver si siento el fresquito de Asturias, el calorcito de Murcia, y el fresquito y el calorcito que se mezclan en Higuera. Ya os contaré, la cosa promete.

Sed buenos. Disfrutad del verano. Descansad. Vaguead. Poneos morenos.
Nos vemos a la vuelta! ;)

Más o menos exactamente ahora...

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Y dirás que por qué he elegido precisamente esta. Tengo mis razones. Porque lo primero que pensé fue ¡Cuidado! Y a partir de ahí...

Quizás no fue coincidencia encontrarme contigo, tal vez esto lo hizo el destino. Lo que más quiero es dormirme de nuevo en tu pecho y que después me despierten tus besos. Lo mejor es que sé que pronto estaremos unidos, unida a esa sonrisa traviesa que vive contigo, pronto estaré en tu camino.

¿Sabes? Estoy colgando en tus manos, así que no me dejes caer, lo sabes, mi corazón está colgando en tus manos... ¡Cuidado!

¿Te acuerdas de que no perdimos la esperanza de hablar? Ni nos importó lo que decía el destino. Así que, después de eso, claro que sí, quiero tener tu fragancia conmigo y beberme de ti lo prohibido.

Mi corazón sigue colgando en tus manos.

Seguramente en otro tiempo estuvieron lejos, muy lejos. Pero desde el castillo de tu isla hoy se puede saltar a los laberintos de bosques de la mía. El mar que antes era inabarcable entre ambas ahora se ha vuelto tan pequeño que casi se puede cruzar andando, ya ni siquiera hace falta el esfuerzo de nadar. He bajado hasta la orilla y ya tengo dentro del agua los pies. Está fresquita, pero no tanto como en el norte. Si entras tú también y empezamos a avanzar, calculo que nos encontraremos en el centro en tres, dos, uno... ¡Lo sabía! ¡Ahí estás!

Duermes. Lo sé porque respiras como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Y, para mí, es casi una verdad incuestionable que el mundo en este instante se reduce a ti, a tu respiración, a tus labios entreabiertos mientras te miro.

Sonríes. No sé si es que sueñas con los sueños o si intuyes que te miro. Y añado otra a la lista de verdades incuestionables que me encuentro en la penumbra de este amanecer: tu sonrisa mueve mi mundo.

Despiertas. Como si fuese la acción más importante de la historia. Abres los ojos tan lento que es casi imperceptible hasta que me doy cuenta de que me estoy reflejando en ellos. Y no entiendo por qué un día me convencí de que no me gustaban las mañanas.

Soñaba en rojo: cerezas, corazones, manzanas royal gala, esporádicamente el mar homónimo, que todo el mundo sabe que es igual de azul que el resto de los mares, pero que él se imaginaba como un inmenso contenedor de tinta para las plumas de los profesores y otros correctores varios. Pero aquel día se despertó sobresaltado. Tal vez eran sus ojos, que estaban perdiendo facultades, pero se dio cuenta de que los labios, la lucecita estática del semáforo, incluso la sangre, estaban perdiendo pigmentación. Y tuvo tanto miedo, que su única opción fue hacerse daltónico. Ahora ya no distingue entre el cielo azul del mediodía y el rosado del atardecer.

Qué queréis que os diga, me encantan las rebajas.

Llamadme frívola: me encanta ir de compras, probarme ropa y salir de las tiendas cargada de bolsas a lo pretty woman. Y eso suele ocurrir solo cuando hay rebajas: si no, no me llega para tanto la pasta.

Además, hay cosas que es absurdo comprar en otro momento por el doble de precio. Como ese vestido que sabes que, en realidad y aunque te encanta, solo te vas a poner un par de veces en todo el verano.

Así que a mí el agobio de las multitudes haciendo cola en el probador me compensa si encuentro una de esas maravillosas gangas que hacen que te sientas la más lista del mundo por llevarte a casa por cinco euros una camiseta que costaba diecisiete.

En estos momentos, mis compras rebajadas ascienden a: dos vestidos, una camiseta, un bolso, y ropa interior muy mona. Y una minifalda que casi seguro que voy a devolver.

Tengo la misión de encontrar otro vestido más que me probé antes de rebajas y que ahora no encuentro mi talla, pero todo se andará. Y no descarto alguna camiseta más o, incluso, un bikini (y encontrar uno bonito y que te quede bien y que esté rebajado es de nota!! XDDD).

Pero de momento estoy ya un poco saturada de tiendas. Ya veremos cuando me acerco.

Se llamaba Azucena y, con aquel nombre de flor, era imposible que no se enamorase de ella, porque Eduardo era jardinero. Ella hacía honor a su nombre, y era blanca y despistada, y su silueta alargada y cristalina hacía girarse a los viandantes. Él la seguía por todas partes, no era difícil: como cualquier flor, se movía despacio y casi siempre en busca del sol y al compás del viento. Nunca habían cruzado una palabra, pero él sabía que era la mujer de su vida y ella, probablemente, intuía que algo estaba pasando a su alrededor que tenía que ver con ella y que decidiría su futuro.

Un día, por fin, Eduardo consiguió que se encontraran frente a frente, y le habló de su amor mientras Azucena sonreía con sus labios de perfumes. Estaban en su jardín, y la tierra estaba húmeda y removida, era tierra nueva, preparada para empezar a cultivar.

Se acariciaron. Ella tenía la piel suave, no habría podido ser de otro modo. Se fundieron en un abrazo. El pelo de Eduardo olía a hierba recién regada. Y supieron que realmente estaban destinados a hacerse inseparables. Poco a poco sus pies comenzaron a hundirse en la tierra, y sus cuatro piernas dieron lugar a sendas raíces. Creo que Eduardo tuvo más de tallo y Azucena tuvo más de flor, pero me ha sido imposible asegurarlo con certeza, porque esto ocurrió hace años, y ahora es muy difícil distinguirlos de las otras plantas de la zona.