Las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma. Eso fue al menos lo que debió de pensar cuando volvió a salir de casa aquella noche, después de un día de perros, tan agotador como cada lunes, y tan poco atractivo, y tan monótono. Pero sí, algo tenía que haber sido diferente, algo tenía que sentir diferente cuando subió al coche, y maniobró despacio para no rozar la acera. Algo planeaba por su mente, se dejaba caer leve, como una hoja que cae de un árbol al principio del otoño, cuando se deslizó calle abajo a setenta por hora y sin cambiar a cuarta. Se le atropellaban los pensamientos en la cabeza, como si quisieran escaparse y llegar primero, como si pudieran salir por algún lado.
No hizo un repaso mental de las cosas que llevaba en la maleta, volcada en el asiento trasero, ni de lo que seguramente se había dejado olvidado. No le importaba no tener suficiente líquido para las lentillas, no haber seleccionado las camisetas más bonitas, no haber lavado antes aquellos vaqueros tan cómodos. Tampoco encendió la radio, como si eso tuviese alguna influencia en avanzar más o menos rápido por las calles sin atasco. Ni siquiera había pegado un post-it en el espejo de la entrada, para que alguien lo viese al llegar. Sólo colgó el teléfono, y supo que debía ir a buscarla, fuera la hora que fuera, y sacarla de donde estuviera, sin hacer preguntas y en silencio, y llevársela de vuelta.
Otro rescate forzoso, como solían llamarlos. Otro de tantos y, sin embargo, la misma preocupación antigua, como si fuese el primero, y sin cansancio en el alma, y sin rabia, y sin miedo. Pero con el labio de abajo despellejado de tanto mordérselo, con arrugas atravesando su frente, encogida por la preocupación de no saber llegar a tiempo. Y la misma tensión en los hombros que cuando estaba nerviosa por cosas sin importancia. Pero con la mirada concentrada porque, esta vez sí, era importante y los nervios, justificados.
Tal vez era más importante de lo que nada volvería a ser jamás. No lo pensó cuando dejó atrás la ciudad, que se iba convirtiendo poco a poco en una maraña de luces entre el negro de la noche, pero, seguramente, la ciudad estaba quedando atrás para siempre. No lo pensó porque estaba segura de que no merecía la pena complicar la noche un poco más, porque era más fácil dejar la mente en blanco y el aire arañándole las mejillas al entrar por la ventana. Apretó los dientes y el acelerador al mismo tiempo. Y sólo pensó en lo que vendría por delante, en ella, en el rescate forzoso. Y en que las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma...
No hizo un repaso mental de las cosas que llevaba en la maleta, volcada en el asiento trasero, ni de lo que seguramente se había dejado olvidado. No le importaba no tener suficiente líquido para las lentillas, no haber seleccionado las camisetas más bonitas, no haber lavado antes aquellos vaqueros tan cómodos. Tampoco encendió la radio, como si eso tuviese alguna influencia en avanzar más o menos rápido por las calles sin atasco. Ni siquiera había pegado un post-it en el espejo de la entrada, para que alguien lo viese al llegar. Sólo colgó el teléfono, y supo que debía ir a buscarla, fuera la hora que fuera, y sacarla de donde estuviera, sin hacer preguntas y en silencio, y llevársela de vuelta.
Otro rescate forzoso, como solían llamarlos. Otro de tantos y, sin embargo, la misma preocupación antigua, como si fuese el primero, y sin cansancio en el alma, y sin rabia, y sin miedo. Pero con el labio de abajo despellejado de tanto mordérselo, con arrugas atravesando su frente, encogida por la preocupación de no saber llegar a tiempo. Y la misma tensión en los hombros que cuando estaba nerviosa por cosas sin importancia. Pero con la mirada concentrada porque, esta vez sí, era importante y los nervios, justificados.
Tal vez era más importante de lo que nada volvería a ser jamás. No lo pensó cuando dejó atrás la ciudad, que se iba convirtiendo poco a poco en una maraña de luces entre el negro de la noche, pero, seguramente, la ciudad estaba quedando atrás para siempre. No lo pensó porque estaba segura de que no merecía la pena complicar la noche un poco más, porque era más fácil dejar la mente en blanco y el aire arañándole las mejillas al entrar por la ventana. Apretó los dientes y el acelerador al mismo tiempo. Y sólo pensó en lo que vendría por delante, en ella, en el rescate forzoso. Y en que las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma...
Sabes ese cuento...que va de los buenos despertares... de caciones sentidas sin sentido...de cosas que no te esperas y sin embargo... las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma?
Sip, creo que, igual que tú, sé algo de ese cuento... y me alegro ;-)
Este me ha encantado!
Ey!! que bien verte por aquí!! =D Me alegro de que te haya gustado!! ;)