Orange Green Pink

El ojo que te mira

Mundo


¿Quieres ver el mundo?

Mira...


Está debajo de tus pies...



... y ahora eres mi mundo, el mundo, y todo lo que me rodea se reduce a ti. Eres mi todo, lo eres todo, y cuando te abrazo siento que el mundo es para mí... sólo para mí...

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Etiquetas: Cuentos, Fito, Música edit post

Sirenita




















La sirenita nada libre y el mar parece infinito y, sin embargo, hace tanto tiempo que siente que se le quedó pequeño. A ratos, entre ola y ola, cuando baja la marea, se vuelve triste y callada y jura que cambiaría su cola de plata por alas que le llevasen hasta más allá del cielo. Después de todo, serían también una buena excusa para no volver al mar. A su mar que, de tan suyo, empieza a ser desesperantemente conocido, tal vez muy pequeño de nuevo.

Demasiadas miradas para tan poco coral, demasiados reproches por algo que no tiene culpables, que no puede elegirse, que no puede cambiarse. Agita con fuerza la cola para alejarse más y más, pero nunca es suficiente. Nunca basta para llegar hasta donde tú estás, o simplemente para llegar al silencio infinito del mar. Tan lejos de ti y de tu cuerpo, tan lejos de poder mirarte, de poder sonreírte, de poder amarte.

Y, sin embargo, tan cerca de las miradas de reojo, de los susurros a su paso, de ese tratar de ocultar lo que es inocultable. Se sube a aquella roca y recuerda aquella tarde. No lo elegisteis, sólo ocurrió. No se arrepiente, y te echa de menos un día más, y sabe que repetiría, a pesar de todo y de todos. Por ti estaba dispuesta a todo, pero preferiste huir. No te odia, es normal, casi todos huyen, y fue demasiado bonito como para llegar a dejar de pensar en ti algún día. Y maldice otra vez que el mar infinito se le haya quedado pequeño ahora que no estás, ahora que no puede acercarse a ti aunque lo desee, aunque lo pida, aunque lo intente.

Es imposible encontrarte, cuando te fuiste ya lo sabías. Como a ella, solo te queda recordar aquella roca, aquella tarde, aquel sol tibio de invierno. Aquel abrazo, aquel beso, aquellos ojos iluminados. Aquella estampa, las dos juntas, las dos solas, las dos deshechas en caricias, las dos amándoos, las dos a oscuras, las dos sin el mundo, las dos tranquilas, las dos felices, las dos en silencio...



Esa maravilla de cuadro la ha pintado Marta.
¡¡Gracias, artista!!
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Etiquetas: Arte, Cuentos edit post

Comienza la cuenta atrás (ains...)


Tic tac, tic tac... el tiempo en mi contra. Los nervios afloran. El sudor empieza a caer.
Tic tac, cierro los ojos y todo da vueltas y no sé si alegrarme por lo poco que falta o morderme las uñas de nuevo por la certidumbre de lo incierto que es todo.
Tic tac. Una cuenta atrás conocida, incluso esperada y... ¡tan inesperada! Es el miedo que se mezcla a la esperanza, los nervios que se juntan con la calma, la pereza que no puede imponerse a la ilusión. Son 203 a repartir entre 9.200, cien preguntas sin ninguna respuesta segura y, más difícil todavía, sin ninguna opción de fallar. Es estar paralizado ante la idea de ir a por todas. Es sentirte pequeño ante tanta presión, y sentirte aliviado porque la presión solo durará unas semanas. Soy yo, y mi forma de agobiarme, y la fuerza que me produce el estrés. Es la vuelta a la hiperactividad. Es saber organizarse (¿o no?). Soy yo, y solo yo, sin que nadie pueda hacer nada.
Tic tac, tic tac... quedan 18 días.
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Importar


"-¿Sabías que el mar aquí es muy importante? Donde más.
-No hay mar aquí.
-Por eso es donde más se piensa en él.
Las cosas no son importantes porque existen,
son importantes porque se piensa en ellas
.
Mi madre lo dice siempre, que
existimos
porque alguien piensa en nosotros y no al revés
.

Dicen que las Princesas son tan sensibles
que notan la rotación de la tierra...
que si están lejos de su reino se enferman...
que hasta se pueden morir de tristeza..."

·
·
Porque lo importante es aquello en lo que más se piensa. Porque de pronto no importa que me importes, y lo único que importa es que deje de importarte. Porque no siempre lo urgente es lo importante y las cosas importantes aquí son las que están detrás de la piel. Porque me importa más centrarme en pensar que nada de esto es importante. Porque le restaría importancia a tus ojos para que todo lo demás no me importara tanto. Porque las cosas importan en la medida en que tú las hagas importantes. Porque me importa una mierda los labios que quieras bordar. Porque me importa bien poco que creas que ya no te importa. Porque lo importante es saber que siempre, en algún momento, la escala de importancias cambia. Porque no importa que ya no me importe aquello que un día fue tan importante. Porque lo importante para mí suele ser tan pequeño que el resto del mundo no le da importancia. Porque siempre nos importa más lo que más desearíamos que no nos importara. Y porque me importas. Y... ¿qué importa todo esto ahora?
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Etiquetas: cosas..., Cuentos edit post

¡Y a la mierda primavera!



... Dejadme que os cuente
mi cuento de herida y caricias,
mi historia de nadie,
mi nana del hambre, todas mis mentiras,

...que esta es la pataleta
que nos da mientras suspiras,
lo que queda del atraco que le dimos a la vida,

...de las mantas que liamos todavía queda alguna,
esto queda de los halos que robamos a la luna,

... voy entrándole al día,
y al salir le dejo la alfombra de mierda perdía,
que no se le olvide el planeta en que vive,

...y otra vez a la acera,
y así me da la mañana y la tarde y la noche entera...
...
... ¡¡y a la mierda primavera!!
·
·
·
PD1: Se acabó la primavera... vamos, verano.. ¡¡date ya por aludido!!
PD2: En la fecha correcta.. no como otros :P
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Las cosas (se sienten diferentes)


Las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma. Eso fue al menos lo que debió de pensar cuando volvió a salir de casa aquella noche, después de un día de perros, tan agotador como cada lunes, y tan poco atractivo, y tan monótono. Pero sí, algo tenía que haber sido diferente, algo tenía que sentir diferente cuando subió al coche, y maniobró despacio para no rozar la acera. Algo planeaba por su mente, se dejaba caer leve, como una hoja que cae de un árbol al principio del otoño, cuando se deslizó calle abajo a setenta por hora y sin cambiar a cuarta. Se le atropellaban los pensamientos en la cabeza, como si quisieran escaparse y llegar primero, como si pudieran salir por algún lado.

No hizo un repaso mental de las cosas que llevaba en la maleta, volcada en el asiento trasero, ni de lo que seguramente se había dejado olvidado. No le importaba no tener suficiente líquido para las lentillas, no haber seleccionado las camisetas más bonitas, no haber lavado antes aquellos vaqueros tan cómodos. Tampoco encendió la radio, como si eso tuviese alguna influencia en avanzar más o menos rápido por las calles sin atasco. Ni siquiera había pegado un post-it en el espejo de la entrada, para que alguien lo viese al llegar. Sólo colgó el teléfono, y supo que debía ir a buscarla, fuera la hora que fuera, y sacarla de donde estuviera, sin hacer preguntas y en silencio, y llevársela de vuelta.

Otro rescate forzoso, como solían llamarlos. Otro de tantos y, sin embargo, la misma preocupación antigua, como si fuese el primero, y sin cansancio en el alma, y sin rabia, y sin miedo. Pero con el labio de abajo despellejado de tanto mordérselo, con arrugas atravesando su frente, encogida por la preocupación de no saber llegar a tiempo. Y la misma tensión en los hombros que cuando estaba nerviosa por cosas sin importancia. Pero con la mirada concentrada porque, esta vez sí, era importante y los nervios, justificados.

Tal vez era más importante de lo que nada volvería a ser jamás. No lo pensó cuando dejó atrás la ciudad, que se iba convirtiendo poco a poco en una maraña de luces entre el negro de la noche, pero, seguramente, la ciudad estaba quedando atrás para siempre. No lo pensó porque estaba segura de que no merecía la pena complicar la noche un poco más, porque era más fácil dejar la mente en blanco y el aire arañándole las mejillas al entrar por la ventana. Apretó los dientes y el acelerador al mismo tiempo. Y sólo pensó en lo que vendría por delante, en ella, en el rescate forzoso. Y en que las cosas se sienten diferentes cuando se sienten desde lo más hondo del alma...
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Te diría...


...te diría que tengo las manos cansadas, pero las tengo apunto para otras batallas...

...te diría que tengo sólo el tiempo justo, sin embargo tengo todo el tiempo del mundo...
Chaouen
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No perdono...


No perdono a los lunes que lleguen ni al verano que se acabe. No perdono el frío insano del aire acondicionado, ni perdono el calor de los vagones del metro, ni perdono el sudor robasueños de las noches de agosto. No perdono al mar que se venda tan caro. No perdono a tu risa que no me acaricie esta noche. No perdono el llanto de los niños, porque todos los dolores son iguales. No perdono que la balanza no esté equilibrada. No perdono el hambre de hoy ni la guerra de mañana. No perdono que mientas a quien no tiene argumentos para no creerte. No perdono a la luna que guarde silencio. No perdono la definición de la palabra distancia. No perdono al mundo que se pare y tampoco le perdono que gire tan deprisa. No perdono el olvido... y no olvido que no perdonar es lo que más daño hace. Y hay tantas cosas que yo no perdono...


No perdono a la tarde viajera para siempre,
no le perdono a los días que amanezcan tan temprano
para dejarme en mitad de los sueños,
yo no perdono a la tarde viajera
su chubasquero de otoño,
no le perdono a la risa su llanto después de su risa,
ni a la tempestad la calma,
ni a la calma que se aburra...

Poncho K (gran descubrimiento =D )
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Zapatitos rojos


Tus zapatitos rojos andaban despacio, empapados, dentro de un paraguas incapaz de cubrirte del agua que llueve de lado los días que hay viento. Lo sé porque te estaba observando desde la ventana del despacho, los papeles revueltos, el ordenador encendido pero con la pantalla en negro, cansada de esperar a que posara mis dedos sobre el teclado.

La bolsa de Congelados Mary que llevabas en la mano se balanceaba triste, tan triste como el día, tan triste como viajar en el metro de vuelta a casa a las seis y media de la mañana, tan triste como comer solo en un restaurante barato, tan triste como no saber a quién decir adiós cuando sales de la oficina.

Desde la ventana del despacho no alcanzaba a verte la cara, pero me pareció que era triste también. O tal vez cansada, detrás de tus gafas cuadras unos ojos que escuecen sin motivo aparente. El cansancio está cerca de la tristeza siempre. Es triste estar cansado y, al final, todo el mundo se cansa de estar triste y tiene que dejarlo.

Ahora comprendo que tú venías a dejarlo. A dejarlo todo una vez más. Aún a sabiendas de que no podrías hacerlo. Por eso tenía que ser el suspiro cuando yo descolgara el telefonillo. Por eso, no por la lluvia. No por tus pantalones mojados, no por la bolsa que se balanceaba triste, no por el frío de agosto, no por tus zapatitos rojos. Pero eras -pero eres- especialista en mentirme y yo, especialista en creerte.

Luego el holaquétalmividaquétaleldíaquéhashechohoy de rigor, y todo volvería a ser como antes. Pero giraste a la izquierda, la bolsa siguió balanceándose, tus zapatitos rojos caminaron despacio y mi pantalla se volvió más negra aún. No llamaste aquella mañana de lluvia y de aire, y desde la ventana del despacho sólo se veía la calle desnuda y gimiente, como un niño que acaba de nacer.

No sé si fueron tus rizos oscuros -más claros ahora, por el sol-, o esa sonrisa ancha que llevas y que no alcanzaba a ver desde mi séptimo piso, o la lluvia -tap, tap, tap- en el cristal. De repente tuve ganas de escribir otra vez. Quizás porque lo echaba de menos tanto como a ti, porque estoy abocado a la escritura y tiendo a ella igual que tiendo a tus brazos en las tardes de frío, igual que un péndulo que se va pero siempre, siempre vuelve. Las palabras regresaron a mis dedos, y mis dedos al teclado, frenéticos, sin pensármelo dos veces, y su sonido de plástico tapó el de la lluvia y el de tus pasos, y tapó el resto del mundo a mi alrededor.

No llamaste al timbre esa mañana, ni la siguiente, ni la otra. Se acabó la lluvia y tus zapatitos rojos no se acercaban despacio por la acera. Tu móvil seguía apagado o fuera de cobertura (¿apagado, o fuera de cobertura? El contestador que lo anuncia debería especificar, porque lo primero es muy diferente de lo segundo, porque apagado es tu voluntad y fuera de cobertura... eso es otra cosa) y empecé a temerme que la cobertura no volviera nunca más.

Escribí con el ritmo histérico de quien echa de menos su tiempo. Me olvidé de todo, de pronto éramos solo la mecanografía y yo. Ni siquiera tú, tú que habías sido mi musa, tú, por quien había escrito de nuevo. Dejé de mirar a través de la ventana de mi despacho, dejé de otear el horizonte, dejé las calles, las tiendas, el ruido, el hambre. Dejé el sueño y el cansancio, todo lo dejé atrás.

Decidí no releerme, mirar solo adelante, para que todo fluyera deprisa. Un tintineo monótono a cada golpe de letra, a cada palabra, a cada sonido me recordaba que mi única opción era seguir, no parar... una mañana, al abrir los ojos, tenía ante mi un taco de folios impresos. La lluvia golpeaba otra vez la ventana. Y recordé tus zapatitos rojos, mojados, avanzando despacio camino de mi casa. Pero desde la ventana del despacho sólo se veían charcos.

Todo ocurrió deprisa: aquella mañana de abril, lluviosa y gris, sentí como una bofetada que llega sin viso para hacer que pique la cara que el tiempo se me había esfumado entre los dedos, había desaparecido sin dejar huella, sin dejar ni siquiera un número de teléfono dentro de cobertura. Se había ido de la misma manera que tú: sin que yo me diera cuenta, sin preaviso, se había ido sin más.

Me dijeron que había sido un best seller, que habría una cola enorme, que me preparase para firmar contraportadas a adolescentes deseosas de besarme y de comprar el libro. Pero desde los dos metros cuadrados de la caseta del Retiro en la que me habían colocado, pluma en mano, a esperar a las hordas de fans, sólo se veían charcos. Barro que mojaba el suelo ya mojado y calles vacías excepto por las tenderas que salían para guarecer sus libros con plásticos enormes.

Apoyé un codo en el metal helado que me servía de mesa y encendí un cigarrillo. No había fumado desde aquel día que subías triste bajo tu paraguas, desde aquella mañana en la que tenías que llamar al timbre para que yo te abriera, impaciente, y te secara la cara con mis manos. No fui capaz de recordar el motivo por el que había dejado el tabaco. Pero, a decir verdad, tampoco recordaba exactamente tu cara. Había tanto por olvidar, tantas cosas que la lluvia debía llevarse aún, calle abajo, envuelto en un reguero de hojas secas y palos y basura, que me era difícil saber qué quería guardar y qué dejar que se perdiera.

De repente, como todo lo que había ocurrido desde aquella mañana, así cayó el pie sobre el reguero que bajaba a toda velocidad entre las casetas. De repente, pero a la vez despacio, tus zapatitos rojos, empapados, inmóviles, sujetando aquellos vaqueros gastados, aquella chaqueta de pana, aquellos rizos oscuros, más oscuros ahora que estaban mojados. Habría dado el mundo por ver tu sonrisa, ancha y triste, tranquila como tú eras, profunda como tú eras. El cigarro cayó de mis manos, quemó una hoja de una revista cara y culta sobre escritores, me giré para pisarlo. Tus zapatitos rojos andaban despacio, empapados, perdiéndose en la lluvia. Tu teléfono sigue apagado o fuera de cobertura.
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...que...


...Que he recorrido mil kilómetros para llegar hasta aquí, hasta el final del camino, sin llegar a ningún final.
Que he preguntado a la luna dónde te podía encontrar, y la luna miraba en silencio y brillaba sin más...


...Que no sé voy o si vengo, si la carretera es de doble sentido o si tiene sentido mirar hacia atrás.
Que pienso quedarme parada, gritando a la luna, hasta que consiga hacerla hablar...
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Píntame



Me dijiste "píntame" y pinté una luna,
luna de cuarto menguante con un guante de podar,
que con la otra mano agita cacerolas
con el ruido de las olas que las tiene enamorá.
Y lloraste al verla:
Imagínate que te pinto yo a ti un sol radiante
y lo pongo delante pa cuando no estés...
Marea
Foto: Devianart
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Cantautor


De un salto baja de la acera, el primer sol de la mañana le azota en las pestañas y por los cascos sale música pastelona de cantautor, especial para quinceañeras. Sube el volumen. Tararea. La faldita a cuadros del uniforme ondea a cada paso con la música, que se para de repente. Clic, clic. El MP3 está apagado. Clic. No enciende, ¿por qué? Se enfada, lo agita, lo mira. Clic, clic, clic. Lo agita más fuerte, y funciona de nuevo. Para, se ahueca el pelo con la mano y mira al cielo, como si respirase los rayos tenues de ese sol de primavera que lucha por vencer a las nubes. Luego, un claxon desesperado, un frenazo, las marcas de neumático grabadas en el suelo. A pesar del golpe contra el paso de peatones, el cantautor sigue a lo suyo.

Foto:Devianart
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Veo el ojo que me mira, no sé qué esperáis de mí. Yo que muero cada día que tú te olvidas de mí... Soy un pez en una jaula, lo que quiero y lo que no, soy todo lo que me pasa... Tú me ves, yo no... (Fito&Fitipaldis)

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