El verano no llega. En Madrid no deja de llover, y hace frío, y todo está gris. Y no me gusta ni uno solo de los temas que me ha tocado hacer hoy. Y tengo hambre.

Tengo ganas de isla. De estar en la isla. Por lo menos, en alguna isla.
Tengo ganas de sol, de ir en chanclas por la calle, de sudar, de ponerme morena.
Tengo ganas de dormir desarropada, de que no suene el despertador, de cinco minutos más.
Tengo ganas de no tener delante una pantalla, ni a mi lado una pared, ni las manos frías.

Por mí, pondría aquí dentro música a todo volumen y haría que empezara el finde ya (y me estoy riendo por dentro de pensar la cara que pondría mi jefa)

Pienso estar tendida al sol todo lo que pueda. Con un bikini nuevo. Y descalza. Y oliendo a crema factor 15. Y pegada a mi gorrita blanca.
Pienso comprarme una agenda decente para colocar mis contactos por orden alfabético. Una de esas agendas con anillas y de todo.
Pienso utilizar la otra agenda (la semanal) para llenarla de planes.
Pienso sacar un billete solo de ida. A lo mejor me pierdo contigo y no vuelvo. Paso de encontrarme.
Pienso reirme a carcajadas. Hasta que me duela la tripa. Que es lo que más me gusta hacer.

¿Qué por qué cuento aquí todo esto? Pues porque me apetece, y para eso es mi blog. =)

Te enredaste entre mis puntos suspensivos hasta que un día, por fin, dentro de un sueño, encontraste un final para la frase. Tatuaste a fuego el punto y aparte y comenzaste el siguiente capítulo allí mismo, entre los renglones torcidos de mi historia y los márgenes apurados de mi vida. Y, por fin, punto y seguido, y en seguida, punto y coma. Las comas nos sirvieron para tomar aire hasta que las cambiamos por el solo espacio en blanco entre cada palabra. Ahora solo quiero tu cuerpo contra el mío sin espacios y sin comas. Y sin puntos suspensivos.

Le voy a cobrar a tus labios tus miradas
por descarada
y por placer...

Parpadeo.
Tu boca me trae el eco de un tequiero y la forma de tu sonrisa de luna creciente me demuestra que tienes razón y que no es posible escaparse de la verdad de tus palabras.

Sonrisa.
Dibujas girasoles en el dorso de mi mano. Tus caricias saben a caracolas y solo pienso en tu beso, pequeño y leve pero de fuego, capaz de tatuar tu vida en lo más profundo de mi piel.

Beso.
Con el cuerpo erizado, no puedo evitar morderme el labio inferior y dejar escapar una risa de olas. En un parpadeo dejo mi corazón a tus pies. Pero, como siempre, lo elevas al instante hasta la altura de tu pecho, junto al tuyo.

Y latimos doble.

Estoy contenta. Había nubes y, a ratos, llovía un poco. Una hora de cercanías después me encontraba con una puerta cerrada, una noche incierta y pocas ganas alrededor. Cena, prisas, agua y fuegos artificiales. Burlas y vacío. Hasta que el escenario se llenó de duendes.

Lo bueno de encontrarte de sopetón con que han salido del desván para acercarse hasta Getafe es que no te da tiempo a planear nada, y las cosas salen como con magia. A los que son grandes sin que la mayoría lo sepa siempre les pasa eso: que son aún más grandes de lo que pensabas.

Así que a bailar, que se fían de ti porque eres la niña más buena que embruja la tierra. Y que tú te vienes a volar conmigo, que yo te daré alas si tú me das abrigo. Y si hace falta, encontraremos la felicidad en Mineápolis, porque, ya lo sabes, no puedes planear palabras para esto, no lo puedes explicar. Así que, si te quedas junto a mí, te llevaré volando y subiremos alto hasta las nubes... ¡No me estropees el momento! Que... siento que la vida es diferente aquí... al color de tu mirada...

Supongo que a veces merece la pena comprar un disco. A veces resulta que sobre el escenario se suena mejor que desde el mp3, y cara a cara se suena mejor que en ningún sitio. Para mí, a parte de la música, lo mejor de un grupo seguirá siendo verles a la misma altura... porque, al final, encontrarte de frente con los grandes es lo que de verdad le engrandece.

soy guardián de los riachos,

Juntemos las manos, y piensa que podremos crear un mundo con ellas, que te daré mi calor cuando haga frío, que te agarraré si caes y te empujaré si paras, que acariciaré tus heridas y golpearé tus miedos, que tu mano y la mía tendrán juntas más fuerza. Mi mano te escribirá un cuento al que sólo puede dar vida tu mano...

Yo me hacía la dormida mientras tú mirabas por encima de mis hombros dorados y te perdías entre vete a saber qué ideas. Me acariciabas el pelo con un gesto casi automático, como algo que está escrito desde más allá de los años, como algo que siempre has sabido, o has querido hacer. Y ponías en mi cuerpo una sensación que no se parecía a nada de lo que nos rodeaba, ni a nada de lo que habíamos vivido hasta entonces. El silencio aquella tarde en tu regazo me sabía a caramelos, en concreto a esas piruletas con forma de corazón. Me sabía a nubes de gominola, o a helado de straciatella, o a granizado de leche con canela. Tenía un olor a nuevo y a viejo que se mezclaba entre la tarde. Cuando abrí los ojos me estabas mirando. Y era curioso porque, aun con los ojos cerrados, yo siempre te miraba. Te miraba aunque no estuvieses cerca, y te tocaba más allá del contacto físico. Y entonces volvía aquella sensación de mar en calma en las tripas, de sol de invierno, de tormentas de verano. Sonreíste de una forma que me devolvió una tranquilidad casi peligrosa en un mundo de velocidades por encima de los ciento veinte kilómetros por hora. Y te sentí respirar y latir como un niño que acaba de nacer. Y, en un parpadeo, entendí por completo el significado de la palabra paz.

Gaviotas entre tu mar y mi cielo, entre el reflejo del sol en tus ojos, entre el aire que revuelve mi pelo. La playa al calor de tus manos se convierte cada tarde en un paraíso en mitad de un universo de ausencias y de caricias y besos entre sueños. Se vuelve un universo de tus besos. De tus labios, de tus manos, de tu cuerpo. Tu cuerpo de arena de playa y de viento envuelve mi mar cada tarde y convierte en puerto el mar que comemos. La tarde avanza en la noche de cuatro sabores bajo tu cielo, y las luces se reflejan entre los barcos, haciendo un camino de abrazos, de promesas, de encuentros. De música. De mucha música infinita y sola. Sobre todo de la música que une tu risa a mi voz, y mi voz a tus pies, y tus pies a mi suelo...